¿para invocarlo?,
¿para aceptar su lance de los dados
y bailar con las bacantes en la despedida del sol eterno?
Ahí está tu mano, pero… ¿está la mía?
No se puede vivir en rebelión,
¿acaso en ella estamos siempre muertos?
Tu nombre en la nada,
y tu nada en mi voz,
y la distancia que es ella
en la duplicación de la falacia o el error
Entonces caminamos la otra tarde
sin decirnos una palabra.
Eran nuestras manos las que hablaban.
El silencio posee la respuesta,
pero no podemos siquiera enunciar el problema.
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