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jueves, 26 de agosto de 2010

Mentiras de las aves del silencio

Intento hipnótico del balance,
las miradas que se pierden
en la oscilación de los cedros.

Valiente altura que mira al cielo,
al ojo que mira y que mira el centelleo.
Donde cae la gota

cae la vida en su derrota,
del rostro del ángel muerto,
el mundo consumido en tu recreo.

No estuve la noche
en que la gota fue fuego,
o, en que del bosque del contoneo,
se taló los maderos de tu féretro.

Pero supe que la luna
protegió tu altura en su aliento,
mentiras, que tus alas
fueron peinadas por las ramas
de las aves del silencio.

Amplia espalda

Cruel violencia de los usos del lenguaje,
quise conocer los colores de la tarde,
pero sólo supe de tus ansias. De tus misiones.

Sinverguenza, cómo si la vida tuviera
que ver con las letras,
con tus pesadillas, con tus controles.

Los martillos de tus ojos
laceran mi espalda, las llamas sombras,
pero clavan los clavos de tu distancia,

clavan tu nombre en mis ojos,
clavan tus ojos en mis ansias,
terror que ahora mira la nada.

De espaldas a ti, no sé
cuánto te debo, cuánto,
cómo escapo de tus magias.

La transfiguración maldita
del pólemos silueta,
en cuerpo y su putrefacción,

el alma insuperada.
¿Cómo me repongo a ti,
cómo te devuelvo la lanza?

Transfiguración (la cuenta) del barranco

Sonetos a la virgen y las pezuñas,
cantos que quieren, de alabanza,
cobrar la cuenta de los cerdos
que se pierden al barranco del nombre.

Centinela, quisiera lacerar tu silueta,
para enterrar mil voces,
quisiera que el coro se encarnara
y nos donaras otros dioses.

¿Cuándo hiciste del silencio
tu silencio y tu vocación?
¿Cuándo estallaste la tierra,

devoción, en mil suspiros de terror?
¿Cuándo conociste el sonido
de la voz que con su herida te dejó?

miércoles, 25 de agosto de 2010

Hilo para contar el cuello

Al explorar horizontes varios,
metalizados –quería descubrirte,
quería olvidarte – se engastan los trozos de ámbar,
fusionados, confundidos, derretidos, olvidados,

arrojados a la alabanza del grito de memoria.
Son memoria que fracciona al evento,
le confiere forma, pluraliza y separa ,
los narra para procurarse llanto,

para colmar las causes que nutren al árbol,
lo que resina causal del lamento, que apresa,
que ensucia el viento, que inesencia al campo

de lo que un día fueron rostros
y ahora son huellas de las pisadas del viento.
[Pero el día ya es viento sometido al hilo de metal]

La lengua

La lengua, como estructura sobredeterminada por las representaciones historiográficas que de ella disponemos –el lenguaje–, no sólo es una estructura productiva que predispone nuestro empleo de signos, sino que al tiempo, despliega el ámbito referencial de la pertinencia y significatividad de lo enunciado individualmente desde lo abierto por la presentación (elocución) y la operatividad técnica de ella –lógica, gramáticas, sintaxis, semánticas-. Al conjunto de esto lo llamaremos metafísica. En su exégesis historiográfica, lo metafísico comparece desde los parámetros en los cuales se dispone la representación historiográfica.

viernes, 20 de agosto de 2010

Facultad

Gravitando sin nombre
alrededor de las siluetas más amargas.
Sus paredes están llenas de rumor,
llenas de recuerdos que fusionan
los horizontes más ajenos,
las magias más reales.
Sin soles o estrellas,
sin silencios o reposos,
continúo gravitando
en medio de tus mareas.
Es cierto entonces,
tal vez soy superficial,
pero es que temo no existan
las honduras ni en la carne,
ni en el silencio, ni en la verdad trascendental.

Largos viajes

Los caballeros no es que no tengamos memoria,
más bien tenemos la lengua muy larga,
y de tanto cantar, siquiera podemos recordar
nuestras noches de despilfarro o el sabor de tu piel.
Créeme, amiga estrépito infernal,
que si te nombro, no sé pronunciar.

Cuando se busca algo más que madera destrozada,
o marineros vueltos cerdos en el capricho de la verdad,
no es bueno cavar con el que se engendró
desde las cavas de abismo del infierno moral.
No es bueno buscar con quien conoce
de la vanidad de las abejas y su cera de disipación.
Sirena, la noche es larga
y las abejas saben bailar todas mis canciones:
No soy Yo quien vivió mis amores o mis desgracias,
no son mis desgracias lo que alumbra mis noches.

Recensión a la noche que tornas miel

Corceles corriendo
por estepas de arrogancia y vanidad,
Mi destino es domarte
para morir en marcha de tu estepa
desbocada hasta el mar.

Y no eres vidrio

Cumbres nevadas de silencio,
auroras centellantes de deseo,
la rosa que se entierra en la playa,
y la playa que dibuja tu rostro
para consumirse en los arcos del tiempo.
¿Lloras?
Curioso cómo un momento
es un minuto o media hora,
cómo puede ser la noche
perdida de la memoria
o la eternidad.
Como si la expectativa, el temor y el deseo
fueran dragones empastados
en textos milenarios
que apuestan por el calor de los ojos
que invaden sus gargantas
y queman el silencio del tiempo,
lo que transcurre entre tus pómulos,
de tus ojos y sus lágrimas,
a la vista, y a la visita de tu retorno,
de la llama de tu contorno
de paisajes increados de mujer.

Cuando de la noche haces miel

Resulta triste cuando la noche carece de dulces corceles salvajes, que quisieras rastrear toda una noche en medio de las estepas desiertas de la luna que devoró a todas sus hermanas.
Una noche, sin reflejos ni silencios, pero también sin voces, sin estruendos. Una noche de guiarse por las huellas del olfato y el relinche de los belfos sagrados, llorados mil años en espera de un jinete que fuera más que un jinete.
Un jinete que supiera cantar el silencio imposible de estepas nunca mancilladas con los labios del hombre. Con sus palabras de bosta metafísica y agobio puntual y crónico por el mar, el caos, y sus siluetas galopantes. Me gusta cuando tu piel se confunde con la noche.

Lo igual es Diferente

Las mismas imágenes no me abandonan,
siguen susurrando viejos sigilos.
O tal vez quien susurra son otras voces.
No sé, soy joven, soy ignorante,
de la fuerzas ancestrales
con que aprisionas mi cuerpo,
de las fuerzas futuras, con que fisuras
lo que ahora posees y te pertenece.

Provarte

Las palabras están inscritas entre muslos,
cerca del vórtice de la carne y la piel.
Quisiera leerlas entre dientes,
pero no cuento con los signos exegéticos indispensables,
para surcar penas inexistentes del aliento,
de la boca inmemorial en medio del tiempo y el silencio.
Para no borrar ese silencio,
para jugar siluetas en el aire,
para perforar la carne como poeta,
para cantar los cantos de un dios
incorporado de tu pecho aullante
que se llama en piel.

Nuestra diosa de favor

El Olvido es nuestra diosa favorita,
usamos consumirla toda la noche, en todo ritual.
Para cualquier efecto, para cualquier vanidad.
Para formar la noche,
para salvar los vientos,
para perdernos en cadenas de sombras,
para perdernos en espadas de silencio.
Para escupir torpes invocaciones de fruta,
encarnadas en finas flores de pecado
y hierbas de dulce ignorancia desperdiciada
entre templos y montañas,
entre los manglares de la conciencia y su Sueño, amada.

Yo solía ser obsceno,
para procurarme recuerdos,
para ser silencio de tu boca inexistente.
Ahora simplemente soy sinvergüenza,
y no me cuesta olvidar tu nombre,
pagaré el precio, pagaré todas mis ansias,
para destruir ciudades,
para derribar memorias,
para cavar tu tumba en el aire.

La cava

En vinos de silencio
y danza inmemorial,
dentro de los cerros
donde un día fui mortal.

Tu cuerpo se encerró con la sombra,
quisieron preservarlo del viento,
pero los árboles son celosos
de la carne prometida como pan.

Fuera de tiempo

Estás, no son horas para llamar la noche,
para quemar tu boca,
para congelar el instante
en envoltorios de silencio
a pesar de los vientos del Bóreas
en su ritma conceptual.
Por eso te desperté,
para sufrir del tiempo,
para bañar mis penas
a tu espalda, entre tinieblas,
sin tu rostro,
sin ver mi horizonte.
Por eso te desperté,
por la noche de tu silueta,
de noche y augurios de lapidación.
Para quemar la noche,
abrazada a tu pelo,
tu pelo en dragones juguetones,
envalentonados en cada rizo,
en cada rizo que es otra noche,
otra muerte, otro fuego,
látigo de otra noche.

Occidente

Paloma, no es tu nombre,
y no vuelas si no es
para susurrar estrella
en el rostro de las flores
¿Danzas conmigo esta noche?
Es que… ¿sabes?
Requiero del sol
para perderme en secreto,
de tus labios que son piedras,
perdidas en las nomos,
entre los cerros
de miradas y miradas de silencio,
donde el sol se posa y se esconde,
para danzar contigo toda la piel.

Miedo y expiación, fuerza y verdad.

Les aterra la “idea” de un impulso, abandonado a sí mismo, carente de imaginación o conciencia; lo pleno de ecos, caos y arbitrariedad. Libre y sin empuñadura, sin huellas, lamentos o susurros como ideas, más allá de la moral. Despótico, pero sólo porque tememos a su mal en viva ignorancia.

Susurro miliar

Me perdí en un susurro
transmitido por décadas
entre las antenas que no supieron
nunca de tu belleza
ni de tu pequeña verdad.

Del rostro que expulsó mi aliento
en el golpe de mar de tu piel,
fui los sabores que olían a desiertos
y los desiertos que hallé a solas
en medio de la sal de la arena.

martes, 17 de agosto de 2010

Civilización

No fragua el tiempo entre voces,
del tránsito miliar
de las bocas trogloditas
de la civilización.

Del caucho inservible
que descastó al mar,
de la mañana perdida
en torpes y arrogantes afanes, vida,

de la tarde desgastada
en rápidos adioses
y de los guisos que se pierden
de las lágrimas de Dios.

(Sí, también sufre, también muere)

No fragua el tiempo entre voces,
con tu rostro pesado a la vista
de los recuerdos de otras eras,
donde los caminos no eran metas,

donde los horizontes no eran amarillos,
y las abuelas templaban el alma de los hombres
desde los repositorios
de la fuerza y el dolor.

No fragua el tiempo entre voces
y las palabras ya no mientan
el acontecer del tiempo
entre sonrisas y los millones de los bosques.

martes, 10 de agosto de 2010

Otra Historia

(En medio de horizontes vanos, de persecusión y arrogancia)
Es la indigencia, que como primera palabra, augura un mundo del referente que está por venir, ya siempre sido del deseo y su padre secreto. Es “deseo”, es “angustia”, es punción de ser nacido de la lengua del otro, de la lengua que trenzada, más allá del otro, funde, con un beso mortal, el nosotros del abrazo que llama el abismo, que tiende el puente de un cristo, ¡Qué digo!, ¡de alguien más que cristo! De alguien que no sea muerte y redención. De alguien que sea cuerpo y fundación. Que sea Tierra. Fascinación silente que observa su rostro en tus ojos. Mundo. Otra vida, mi más querido anhelo. Fuego a quien siempre pertenecí.
Anhelo de la llama del tiempo, que en su abrazo llame la llama del hombre y la mujer, del abrazo sibilante que agota lo requisitado, el plebiscito del placer, el agobio de los recuerdos de las pieles que tatuaron sus rostros en las nuestras: sus muertes, sus pecados. Que ahogue el fuego y queme la profundidad.
Es de los tiempos que no son, porque desconocen cualquier cosa que confundamos con realidad. No existe, es como el viento que seca el sarmiento, independiente a cualquier acción humana, a cualquier atribución de autor. Es el desierto de dos cuerpos en uno solo. Nadie ha recorrido ese camino, no al menos para dar cuenta de sus sentidos.
¿Se puede vivir en rebelión? Un oasis. No, se muere en ella, en la rebelación de los pasos a transitar entre los amantes que se saben más allá de pueblos y naciones… Pero dicha muerte posee otro nombre. Aun acaso tragedia sea insuficiente.
Es conferencia, trasn-epocal, de los besos y los abrazos, del nosotros, que desconoce de sí mismo, porque nunca hemos tenido tiempo ni especio, porque sólo las palabras nos conocen, nos des-conocen en sus llamas y devastaciones. Por que nos perdimos contando pequeños tesoros que llamamos vida, o belleza, o justicia. Es la palabra, que inunda… y si soy, es por que soy de ella. Un día será carne. Entonces seré hombre entre tus piernas.
Entonces, tal vez, morimos, estamos muertos, ya siempre en ellas, en el juego de su silueta y destrucción de conciencia.
Ahí no hay alturas ni abismos, ni extensiones u horizontes. El fuego es, y su llama alumbra. Lo demás… insiste en su olvido.

domingo, 8 de agosto de 2010

Ego

Llaman autenticidad a la torpeza
de la conciencia y la vanidad
del espejo que se olvida de la noche,
del sonido, y del silencio.
Pero aún así es menester soportar
la tiranía del espejo,
al menos esta noche.

Apuesta

Todo se petrificó y después fue demolido,
todo se petrificó y fue consumido
en mil horas de silencio
debajo de las nubes inmóviles,

donde el rostro del amor
se difuminó en mil apuestas de neblinas,
que ya nadie reclamó
sin importar las ruedas de la ruleta,
o cuántas veces el diosecillo del viento
nos favoreció con sus cortinas de silencio,
con sus suspiros de tretas y estafas de aliento.

El juego de los amantes

Espada de tu nombre,
que la silueta traspasa
siglos de derroche
en aguijones milenarios,

de especulaciones torpes,
a los besos de las aves,
sobre el lugar de tu reposo
del misterio del lenguaje,
que en silencio surcan huracanes
en su juego los amantes.

Agua

No hay más abismo <- ¿Donde abrevan los corceles
que el de la superficie. de los grandes reyes?

El agua, inerme,
que habrá de pudrirse con los siglos,
los siglos que serán
el parpadeo de dos gotas
en un beso infinito, donde
la putrefacción será aurora

de lo reefectuado un millón
de madrugadas y tierras verdes,
nunca paridas de mil siluetas
amadas en un suspiro,
solo,
que dura todos los siglos
del abismo en su espejo de sal
(que se seca
y despues se hace piel).

Cancion del abismo por la noche

Del ocaso de las olas
la silueta de tu ser,
dibujada por mis manos,
en mis manos que son tu piel.

Recuerdas cada noche de abismo,
cada noche consumida de pamplonada
del templo y la sangre de tus besos,
de la aurora que suplicamos no llegase

si no era para que santificara
nuestros besos y nuestros lances,
de fiera y estilo de muerte
en abrazos de fuego y tempestad.

Al fondo, en el mareo de la ventana
las olas rompían silbando
todas tus advocaciones
todas tus montañas y valles.

En mil estampas te fijaste
llenando mi mente
de sueños y perfumes,
de las siluetas del tiempo entre roces.

Santificaste la vida en el sprit
del silencio, de la gran letra
que tiendes entre los velos
de la luna y nuestro horizonte:

Mujer, estrella del bosque,
¿podré bañarme del canto
de mil abejas entre tu piel
y tu nombre?

Diocesillo de la tierna humedad

Pequeño diocesillo de la tierna humedad,
el pasto no participa de tus nombres
ni los grillos de tus cantos de piedra y noche,
Pero la tierra, sabe de tu grave andar,
dime:
¿Cuándo estarás maduro para regalar
la palabra que empeñaste al geranio
de los tiempos en la alborada
de tus pasos y piedad?

viernes, 6 de agosto de 2010

De la esencia de la Verdad y el destino del ser como conferencia del ser. (Inconcluso)


La rosa
no buscaba la aurora:
casi eterna en su ramo,
buscaba otra cosa.
Federico García Lorca,
Casida de la rosa.

y el poema que asciende y cubre con sus dos alas el abrazo
de la noche y el día.
Octavio Paz,
Mutra.


La poesía no se interpreta, se recibe, pues ella misma en tanto portadora de verdad, es el acontecer como institución de la tierra, la fundación del mundo: el moira cronion. Antes que ser-visto, el poema tiene el estatuto de una caricia; o de menos un contacto.

Cuando Platón en el segundo libro de República hace decir en la voz de Sócrates lo siguiente, la supuesta expulsión de los poetas, la expulsión de antemano responde a la exigencia de verdad a aquéllos.



"– Ni admitimos en absoluto que los dioses hagan la guerra a dioses, se confabulen o combatan unos con otros; pues nada de eso es cierto: al menos si exigimos que los que van a guardar el Estado consideren como lo más vergonzoso el disputar entre sí. Y con menos razón aún han de narrarse –o representarse en bordados – gigantomaquias y muchos otros enfrentamientos de toda clase de dioses y héroes con sus parientes y prójimos. Antes bien, si queremos persuadirlos de que ningún ciudadano ha disputado jamás con otro y de que eso habría sido un sacrilegio, tales cosas son las que, tanto los ancianos como las ancianas, deberán contar a los niños desde la infancia; y aun llegados a adultos, hay que forzar a los poetas a componer, para éstos, mitos de índole afín a aquella."[1]



En busca de una comprensión originaria de lo poético así como del vínculo del acontecer de la palabra la hipótesis central de nuestro texto indica que esta veracidad exigida a los poetas, ya se encuentra inscrita en la lógica de lo trascendental, la retórica de la presencia, esfera particular de reflexión metafísica que Platón formó con su pensamiento.[2]

A tal respecto en este texto, siguiendo orientaciones heideggerianas relativas a la poesía y a la esencia de la verdad, trabajaremos una recepción a la séptima olímpica de Píndaro en su campo de intertextualidad con el proemio del poema ontológico de Parménides, cuando que éste ya a su vez nos señala otra referencia a un fragmento de la Teogonía de Hesiodo. Lo anterior será con la finalidad de despejar un claro donde se pueda comenzar a apuntalar un plan de trabajo historiográfico en el sentido de apuntalar una historia técnica de la filosofía griega.



1.- El umbral de la verdad.



En el proemio del llamado poema ontológico, Parménides va en un carro tirado por caballos. Así se nos dice:



Los caballos que me llevan

–y que, tan lejos cuanto el ánimo puede llegar, me condujeron –,

apenas pusieron los pasos certeros

de la Demonio en el camino renombrado

que, en todo, por sí misma

guía al mortal vidente,

por tal camino me llevaban;

que tan resabidos caballos por él me llevaron

tendido el carro en su tensión tirante.



En la segunda estrofa se nos informa que es de noche:



Doncellas,

doncellas solares,

abandonados de la Noche los palacios,

con sus manos el velo a sus cabezas hurtando,

mostraban el camino hacia la Luz.



Ellas, las doncellas solares –las estrellas –, señalaban el camino hacia la luz. Es decir, se trata del movimiento de ellas en la bóveda celeste. En su propia disposición, al salir del océano, recursan el firmamento y dan la pauta para llegar a Eo, la aurora. Ahí es donde el poeta conocerá a la diosa, Verdad.

Este recurso de las estrellas, el guía que todo muestra y señala al mortal vidente, ya es una referencia a Jenófanes y su crítica al "empirismo", pues el camino renombrado no es sino aquello que ya en las opiniones se encuentra “prendido” al ánimo, comprendido. Todo aquello que ya se encuentra interpretado.[3]

Por esto mismo sabemos que Parménides monta un carro chirriante anunciado en la tercera estrofa. El carro que recorre, y que nos recuerda al de Perses en Trabajos y días,[4] es un mero instrumento, un artefacto para la labor. Sin embargo el intertexto más sugerente con Hesiodo quizá no sea éste, sino la referencia que aun está por venir.

Pensemos entonces en los caballos. Su fuerza o poder es aquello con que Jenófanes ya también comparaba por oposición a la propia sabiduría. Curiosamente esto es lo que mueve al carro.[5]

En tanto que el carro es jalado, se coloca como lo ya sabido, que como sabiduría mueve al pensamiento, lo jala, lo arrastra. Este arrastre de la fuerza es la Demonio nombrada, el Daimon, que como auriga por sí mismo guía y dicta las ordenes. Así los caballos que jalan, son a su vez jalados por su ímpetu: el Daimon guía.

Del Daimon podemos dar y tenerlo en cuenta en tanto una cosa es el saber y otra lo sabido por el saber. Bien, aquí está, sin embargo el Daimon no es o está en lo sabido por el saber, ni en el acaeciente saber. No es la curiosidad, es el entreacto del efectivo ser sabido de lo sabido, es decir, el ser de lo sabido como aquello con lo cual efectivamente se cuenta, por ello mismo el Daimon no presenta o refiere ninguna sopresa y Parménides puede enunciarlo sin mayor sobresalto. Aquí es donde hemos de buscar la esencia de la verdad en tanto Heidegger nos indica que sólo de esto nombrado por nosotros como entreacto “surge de nuevo la vislumbre de aquello que no requiere de efecto alguno, sino transeleva todo, en tanto es.”[6]

Por ello si se cuenta no es porque se tiene, sino que sostiene. Es decir, y como con Jenófanes, ese ímpetu –casi experiencia – del ser sabido de lo sabido, a pesar de su posible negatividad, es aquello que “con opinión se encuentra prendido” y en ello fundamenta el recorrer del camino; eso que en su hacer se encuentra: las opiniones para Parménides son un modo del encontrarse. En la octava estrofa la Diosa nombrará esto como negación de un supuesto Hado negativo.

De manera tal que ello, lo que tiene o sujeta es aquello con base a lo cual Janófanes o Parménides pueden decir “Sé”: el hypokeimenon. [Gracia “Estoy o me encuentro en ello con base en lo cuál puedo decir sé.”]

Así tenemos la guía, el camino, el carro y los caballos, símbolos que se vinculan al demonio, a las opiniones, las doncellas, y al ánimo que fuerza el vigor, la acción del saber.

Pero ¿son dos cosas distintas el camino y las señales que lo señalan? ¿El camino no acaso se hace con los pasos? Las huellas que se marcan, que señalan, ¿no son ellas mismas las que hacen el camino? ¿No son entonces ellas, las doncellas, las palabras del propio poema? ¿No serán entonces ellas las que cursan el camino del discurso, del logos? [Tendremos que contemplar entonces otro camino donde la palabra se oiga como destino, pero dejemos de lado esto de momento.]

Estos elementos, la guía, el camino, los caballos y el carro son los cuatro elementos del dispositivo del Acto que el poema es como ser en sí y ser para sí. En su autoreferencialidad es él mismo el despliegue enunciativo que se confiere la virtud para arribar a la verdad.

Sólo en esta consideración el poema arriba a la cuarta estrofa:



Están allí las puertas de la Noche;

allí también las puertas de las sendas del Día;

y, enmarcándolas,

pétreo dintel, pétreo umbral;

y se cierran, etéreas, con las ingentes hojas;

sólo la Justicia,

la de múltiples castigos,

guarda las llaves de uso ambiguo.



La apertura de las puertas de la terrible Noche será con las blandas palabras de las doncellas. Pero si ellas mismas son las palabras, ¿qué es esto que la palabra es, no en tanto cosa, sino como Acto? La blandura de la dirección, lo que podríamos llamar el tono, es acontecer del tacto de su propia gracia y astucia: La Justicia, la de múltiples castigos tendría que ser lo poético del uso de las palabras, su conferencia hacia la Verdad.

Sin embargo, si este Acto, el ser palabra de la palabra es lo que encontramos al final, ¿no será acaso porque el Acto no está en el poema sino en nuestra piel? Y es que el ser palabra de la palabra no reposa en la escritura, sino en la recepción de ella, del decir y del pensar del poema en tanto que es oído, que es sentido y eriza o conforta el sentido. Su tiempo se marca en la palpitación y participación de dicho sentido. Esto es la comprensión.

Así podríamos pensar que el propio Parménides participaba de Hesiodo, pues es aquí donde está la referencia intertextual que nombramos. En la Teogonía el poeta nos proporciona este relato sobre la Verdad:



"Allá están por su orden las fuentes de la negra tierra y del Tártaro sombrío y del mar infructuoso y los extremos de todas las cosas, terribles y húmedos y aborrecidos aun de los dioses. ¡Abertura inmensa en la que ni aun en el curso de un año se llegaría al fondo, si al comienzo del año alguien se entrara por sus puertas; porque incontrastables una tempestad sobre otra llevarían de aquí para allá a quién entrara! ¡Es semejante a un monstruo, horrible aun para los inmortales! ¡Ahí se encuentra establecida la morada horrenda de la oscura noche, disimulada entre caliginosas nubes!
Delante de esa morada, el hijo de Iapeto de pie sostiene el cielo inmenso con sus brazos incansables sin doblegarse jamás. Ahí es donde Nyx y Hemera, acercándose, se saludan mutuamente y ocupan alternando el grande y broncineo dintel. La una desciende al interior mientras la otra se levanta por las puertas. ¡Jamás el interior de la morada las contiene juntas; sino que siempre una de ellas, estando fuera, recorre la tierra; y la otra, permaneciendo en el interior, espera que llegue la hora de comenzar su camino! Una aporta a los que viven sobre la tierra la luz que de todos lados se mira; la otra les lleva en sus manos a Hipnos el hermano de Tánatos: ésta es la Nyx perniciosa envuelta siempre en oscurísima nube".[7]



Ese maldito instante, tan denso como la piedra, es aborrecido por los dioses dice Hesiodo, pues ahí es donde reside la oscura noche. Esté no puede ser otro más que el lenguaje. Sin embargo si lo que se busca es la esencia de la verdad y no sus fundamentos como en Platón, hemos de contemplar desde este punto que la esencia de la verdad estriba en el abismo insondable de las fuentes de la negra tierra y del mar infructuoso: el Tártaro.

En él es donde tendríamos que buscar –claro, de desearlo – ello donde están “los extremos de todas las cosas”. Aun no sabemos si su sombras o sus siluetas. Pues en tanto que de sus honduras es donde ni en un año de caída tendríamos la oportunidad de llegar al fundamento, hemos de contemplarlo, al igual que el Daimon de Pármendides como lo in-efectual, lo sin-fundamento, el abismo.

Sin embargo si como se dijo este camino oscuro por donde corre el carro del propio Parménides es logos, también el camino ha de conocer de la claridad. El dintel de la puerta será entonces donde se conocen las dos eternidades, la de Nix y Hémera. Es su “interior de la morada”, que jamás las contiene juntas, lo que nos apunta una distancia que parece insalvable, al menos desde la institución del poeta. El propio Parménides seguirá haciendo eco de esto que perfila el principio lógico de la no contradicción.

Es aquí entonces cuando se juega la decisión y la verdad, donde la poesía funda la metafísica. Pues como dice Heidegger “En la metafísica se lleva a cabo la meditación sobre la esencia de lo ente así como una decisión sobre la esencia de la verdad”.[8]

Esta decisión y la propia Verdad se juegan en la Justicia de Parménides, “la de los múltiples castigos, [que] guarda las llaves de uso ambiguo”. Ella, como horizonte peculiar, comuna (fusiona) las esperanzas de las Doncellas y sus suaves palabras en su propia piel, la ambigüedad de ella. Este comunar tendría que ser el otro lado del propio Dintel, la eternidad de la claridad, donde ahora y al parecer se encuentra confrontada a la eternidad oscura. Dos reefectuaciones de esta misma imagen tendrían que ser palpadas en el sistema de oposición dialéctica oscuridad-claridad, doxa-episteme en el mito de la caverna de Platón, pero también en el mito del eterno retorno de lo mismo en Nietzsche.[9] Sin embargo hemos de proseguir nuestro propio camino antes de reecontrarnos con las reefectuaciones.

Así de retorno a la Justicia de Parménides, ¿sería sólo ese efectivo comunar o además sería el propio lugar de la comunicación?

Si de principio obtenemos las relaciones Tiempo-Justicia-Propiedad, en esos vértices es donde efectivamente el pensar, a la espera de comenzar su camino, confía en la sabiduría para transponer el umbral y participar del ser sabido de lo sabido. Del Tiempo como posibilidad de cierre de dichos vértices, las sendas del Día y las puertas de la Noche, podemos saber entonces que es el cierre de las “etéreas” “ingentes hojas”.

La Justicia como efectividad y habitación (lugar) de dicho cierre, se efectúa en tanto atiente a la suavidad de las Doncellas. Es este atender (recepción y respuesta conferencial) del efecto suavidad, donde la habitación es abierta y en su abertura se habita la habitación. Por ello mismo la sabiduría con que se persuadió a Justicia, es el ingreso al más allá de las puertas de la noche, el ingreso a las sendas del día.[10]

Así la Justicia no sólo es efectividad de la persuasión o habitación del efecto; además, de modo originario a los dos instantes precedentes, Justicia es la Puntualidad de dicho evento, la comunión de la persuasión y la realidad de su sentido en tanto efecto acontecido. Por ello las llaves, en tanto ese tercer momento de la Justicia, no puede ser referido por Parménides más que desde la denominación “ambiguo”, una ambigua posesión donde de súbito el pensar se confronta consigo mismo en tanto poseedor de lo ambiguo. Sin embargo esta “llave” que nunca es ajena al logos, no posee ya el estatuto de sabiduría, por ello mismo es ambiguo su uso. Es decir, con esto Parménides se coloca por fuera de lo condenado desde Jenofonte como opinión. Y es que dichas llaves no son un signo o un símbolo. Antes constituyen la asignación y el designio donde se encarnará la palabra de la Diosa.

Aquí el saber ya no sabe, pues no es lo sabido lo que sigue moviendo al pensamiento del pensador-poeta. La propiedad está en lo actual del descenso del carro y con los pies pisar la tierra ignota: aquí se está de frente ante la Verdad. Por ello dice la séptima estrofa:



Recibióme la Diosa propicia;

y con su diestra mano

tomando la mía,

a mí se dirigió y habló de esta manera:



Así, una vez transpuesto el umbral, hablará la Diosa en lo que podríase considerar propiamente el proemio a la revelación del poema ontológico. Aquí ya no es el logos quien habla, pues la asignación y el designio de esta voz tendremos que comprenderlos justo como la esencia del mito.

Dice la octava y novena estrofa:



Doncel,

de guías inmortales compañero,

que, por tales caballos conducido

a nuestro propio alcázar llegas,

¡Salve!

que mal hado no ha sido

quien a seguir te indujo este camino

tan otro de las sendas trilladas donde pasan los mortales.

La firmeza fue más bien, y la Justicia.



Preciso es, pues, ahora

que conozcas todas las cosas:

de la Verdad, tan bellamente circular, la inconmovible entraña

tanto como opiniones de mortales

en quien fe verdadera no descansa.

Has de aprender, con todo, aun éstas

porque el que todo debe investigar

y de toda manera

preciso es que conozca aun la propia apariencia en pareceres.





El acento que ahora reposa en la piel no está en la inconmovilidad sino en el Hado mismo, éste mismo Hado ahora tan otro. Pues el destino como lo caminado, e incluso el caminar del camino, sólo es inconmovible de verse desde el cumplimiento efectivo y puntal de Parménides que es el discurso del poema, ser que ahora es en el tiempo de la octava y novena estofa, cuando y donde llega y comparece el poeta y la poesía ante la Diosa: la Presencia, e incluso la posesión de la Presencia…

¿Pero nosotros?, ¿acaso no podemos recursar el curso de las palabras, de las Doncellas y su suavidad? Píndaro, un precursor, lo dice de otro modo: “Pero, sin el Dios, callar cada cosa, no muy torpe; pues están otros caminos/ más allá de estos caminos,/ y no nos nutrirá a todos un solo cuidado.”[11]

Aquí lo que se juega ya no es meramente si la poesía funda una metafísica, y por ende qué es poesía; ya en la propiedad del amor de las Musas, la pregunta es quién es poeta.

Para disponer de otra llave, leamos la Olímpica VII de Píndaro en la presunción de que en ella se ejecuta una transvaloración de la esencia de la verdad. Pues hemos de considerar la opcion antes sólo descartada pero ahora actual de la encarnación de la Diosa Verdad no como presencia puntal, sino como asignación y designio en tanto destino del ser, lo que llamamos el otro destino.



2.- El moira cronion y la voz del poeta. Recepción de la séptima olímpica de Píndaro.




En el primer par de estrofa y antistrofa, Píndaro nos confiere dos imágenes que hemos de tener presentes en el resto del poema, pues ellas son la pauta para comprender los juegos semánticos que despliega la obra. En la estrofa se nos relata cómo un joven recibe de su suegro una “copa hirviente”. El motivo: su matrimonio, aquello que lo torna envidiable por la joven mujer que ha tomado por esposa.

En la antistrofa la siguiente imagen nos presenta al poeta comparado no con el suegro, ni con el joven, ni con los amigos, ni con la envidia del lecho nupcial, él mismo es vino hirviente, salvo que en contra del vino enviado por él suegro, el poeta es el néctar vertido por las propias Musas. Así se nos dice:



Estrofa 1



Como si alguien, tomada en la opulenta mano una copa

hirviente por dentro de rocío de viña,

se la ofrece

al joven yerno –toda de oro, cumbre de bienes –, bebiendo antes por la casa y la casa,

honrando del banquete la gracia y su alianza, y, presentes

allí los amigos, lo hizo envidiable por el lecho acordado,



Antistrofa 1



así yo el néctar vertido, de las Musas don, a premiados

hombres enviado, dulce fruto de mi mente,

alegres pongo

a los que en Olimpia y Pito vencieron. Próspero aquel a quien tiene famas excelsas.

A uno u otro mira la Grecia que enflora la vida,

con lira dulcísona, a la vez, y omnisonantes instrumentos de flautas.



Para las interferencias al resto del poema citaremos lo que resta integramente y después realizaremos las recepciones.



Épodo 1



Y ahora, bajo una y otros, he venido celebrando con Diágoras

a la del ponto: a Rodos, la hija de Afrodita y de Helios la novia,

por el recto combatiente, hombre gigante junto al Alfeo coronado

y junto a Castalia,

yo alabe, premio del pugilato, y a su padre Damageto que plació a la Justicia;

ellos de Asia de anchos espacios en la isla de tres ciudades, cercana

al espolón, con argiva lanza residen.



Estrofa 2



Del principio, desde Tlepolemo, querría,

anunciándolo, corregir el relato común

a la de Heracles

potente raza, que de Zeus, en cuanto al padre, se glorían, y, Amintóridas,

de Astidamia, en cuanto a la madre. Mas en torno a las mentes de las gentes, errores

innúmeros suspensos están; y esto encontrar, imposible:



Antistrofa 2



qué, ahora y al fin, es lo mejor de obtener para el hombre.

Pues también al hermano bastardo de Alcmena, golpeándolo

con un garrote

de rígido olivo, a Licimnio, en Tirinto mató, del lecho de Midea salido,

airado otrora el fundador de esta tierra. Pues de las mentes los tumultos

aun al sabio extraviaron. Y él al oráculo consultó, al dios llegándose.





Epodo 2



El auricrinado, de sus templos desde el fragante sagrario, de un viaje

directo a éste habló, de la costa lernea al pastizal de mares ceñido

donde, otrora, el gran rey de los dioses, de copos de oro la ciudad inundara;

cuando por artes de Hefesto

y el hacha en bronce labrada, de lo alto de la cima de su padre Atenea

surgida, gritó alalá con muy alto clamor

y por ella erizáronse Urano y Gea la madre.



Estrofa 3



Allí también el Hiperiónida dios que a los humanos alumbra,

mandó que al punto un deber observaran

los hijos suyos,

porque a la diosa, los primeros, alzaran preclaro un altar, y un sacrificio augusto

[habiendo fundado,

el ánimo alegraran al padre y a la virgen que vibra la lanza. Mas puso

el respeto de Prometeo, en las gentes virtud y alegrías;



Antistrofa 3



mas también sobreviene una incierta nube de olvido

y, fuera, el recto camino de los asuntos aparta

de las mentes.

Y así éstos, pues, subieron sin tener la flama la ardiente semilla, e hicieron con ricos

[sin fuego

un santuario en la acrópolis. Puesta una nube azufrada sobre ellos,

mucho oro hizo llover, y les dio que en todo arte vencieran



Epodo 3



a los terrestres por sus manos optimadoras, la misma ojiglauca,

e iguales a animantes que ambulan, sus obras los caminos llevaban,

y fue ingente su gloria. Pues para el hábil, aun la más grande sapiencia aparece sin dolo.

Y Dicen de las gentes los viejos

relatos, que cuando la tierra Zeus y los inmortales sorteáronse,

aún no visible era Rodas en la llanura del ponto,

y en saladas honduras se ocultaba la isla.



Estrofa 4



Y nadie mostró la parte de Helios ausente,

y así, sin porción de tierra dejaron

él, dios sin mancha.

Y para el quejoso iba Zeus a echar otra suerte, mas no lo dejó él, porque de adentro del

[blanco

mar, dijo que él mismo veía creciendo del fondo,

multinutricia a las gentes y a la greyes benigna, una tierra,



Antistrofa 4



y pidío luego a Laquesis la de áurea diadema

que las manos tendiera, y de los dioses el gran juramento

no transgrediera,

mas asintiera con el hijo de Cronos: que, para su cabeza, la enviada hacia el éter

[luciente,

en el futuro, honor sería. Y se cumplieron de las voces las cimas

cayendo en la verdad; germinó de la húmeda sal, ciertamente,





Epodo 4



la isla, y la tiene el padre generador de rayos agudos

y guía de caballos que fuego exhalan; allí otrora, a Rodos mezclado, engendró

siete hijos, que los más sabios pensares entre los primeros hombres tomaron;

de ellos, uno a Camiro

y a Yaliso el mayor, y a Lindos engendró; y aparte tuvieron,

en tres partida, la tierra paterna,

un lote de ciudades y moradas llamadas como ellos.



Estrofa 5



Premio dulce de un caso lamentable, allí a Tlepolemo

se le dio, de los tirintios el jefe,

igual que a un dios,

una pompa de ovejas ardiente y el juicio de las luchas. De cuyas flores, Diágoras

se coronó dos veces, y cuatro feliz fue en el Istmo famoso,

y en Nemea una tras otra, y en Atenas rocosa.



Antistrofa 5



Y en Argos el bronce lo conoció, y en Arcadia

las obras, y en Tebas, y los legales certámenes

de los beocios,

y Pelene y Egina, venciendo seis veces, y, pétreo, el voto no tiene

otro lenguaje en Megara. Pero oh, Zeus padre que de Atabirio en el dorso

reinas: honra la fundación de un himno a las victorias olímpicas,



Epodo 5



al hombre que encontró en el boxeo la virtud, y dale venerable una gracia

de ciudadanos y extranjeros. Porque en un camino de la insolencia enemigo,

va él derecho, sabiendo claro lo que, rectas, de los padres nobles las mentes

le enseñaron. La semilla no escondas,

común, de Calianacte. Por cierto, con las gracias de los Erátidas, tiene

festejos también la ciudad; y en un punto de tiempo

otras veces otras auras se lanzan.



En este primer épodo el poeta declara que el himno en cuestión está dedicado a Diágoras, campeón de boxeo en la Olimpiada. De manera que para rendirle homenaje, Píndaro cantará a la polis de procedencia del campeón: Rodos. En ello jugará un interesantísimo giro semántico para interpretar a la isla como hogar y origen de la propia Eo, la aurora; o como la llamaba Homero, Rododáctil, la de los dedos rosados.

De manera que cuando ha declarado a quién se busca glorificar, Diágoras, y en qué ámbito se va a fincar el himno, Rodos, el poeta hará una declaración que podría ser sumamente escandalosa.



En este segundo par de estrofa y antistrofa el poeta nos señala un equívoco. Nos relatará la historia del fundador de esta tierra, Tlepolemo. Sin embargo esto significa la labor de corregir el relato común, el que ha asignado a los heráclidas y a los amintóridas la fundación de la polis en la persona de Licimnio, hermano de Alcmena (madre de Heracles), quien fue asesinado por el propio Tlepolemo en Tirinto, y por tanto, no pudo haber fundado la polis de Rodos. Tlepolemo al consultar al oráculo de Helios, recibío la instrucción de dirigirse al mar, tal como declara el epodo 2:





La Poesía es conferencia del Ser.

[1] República, II, 378c y ss.

[2] Después del pasaje citado anteriormente y justo en el deslinde de lo trascendental como una esfera de orden y sentido independiente a la virtud o crimen del hombre, Platón señala: “–En este momento, ni tú ni yo somos poetas, sino fundadores de un Estado. Y a los fundadores de un Estado corresponde conocer las pautas según las cuales los poetas deben forjar los mitos y de las cuales no deben apartarse sus creaciones; más no corresponde a dichos fundadores componer mitos.”, República, II, 379a. A tal respecto y en tanto este trabajo es más una meditación que filosofía, sobre los fundadores y los creadores, cfr. Martin Heidegger cuando dice: “Filosofía es fundación. Fundadores son quienes, andando la esencia del ser [Seyn], llevan su esenciarse al fundamento de una esencia originaria de la verdad. Creadores, por el contrario, sólo renuevan y acrecientan al ente. Todo fundador es –en una consecuencia a él indiferente – también un creador. Ningún creador es ya un fundador. Los fundadores son los insólitos de los solitarios. Ellos ‘poseen’ su singularidad en tanto nunca encuentran a lo que les da posición y sostén, sino que tienen que proyectarlo y soportarlo sin protección ni apoyo como lo más cuestionable.”, “La filosofía en la meditación sobre sí misma.” En Meditación, trad. Dina V. Picotti C. Buenos Aires, Biblos, 2006, p. 64.

[3] Jenófanes 1.7. “Jamás nació ni nacerá varón alguno/ que conozca de vista cierta lo que yo digo/sobre los dioses y sobre las cosas todas;/ porque, aunque acierte a declarar las cosas/

de la mas perfecta manera,/ él, en verdad, nada sabe de vista./ Todas las cosas ya por el contrario/ Con opinión están prendidas.”

[4] En Trabajos y días Hesiodo después de dar indicaciones para construir dos arados –cómo elegir una buena madera y en qué temporada del año elegirla –, le recomienda a su hermano Perces: “Por que es muy fácil decir al vecino: ‘Préstame tus bueyes y tu carro’; pero también es muy fácil responder: ‘Los tengo ocupados en el trabajo.’ El hombre que es rico en fantasías se imagina construir un carro. ¡Insensato! ¡Ni siquiera ha caído en la cuenta de que en un carro hay cien piezas y de que antes que nada se necesita de tenerlas en casa.” Hesiodo, “Trabajos y días”, en Épica helena post-homérica, trad. Rafael Ramírez Torres, México, JUS, 1963, p. 129.

[5] Jenófanes 1.11, v. 21 y ss. “su dignidad no es pareja a la mía;/ que es mi sabiduría más excelsa/ que vigor de hombres/ que de caballos fuerza.”

[6] Heidegger, Meditación, op.cit. p. 59.

[7] Hesiodo, “La Teogonía”, en Épica helena post-homérica, op.cit.

[8] Martin Heidegger, “La época de la imagen del mundo” en Caminos del bosque, trad, Helena Cortés y Arturo Leyte, Madrid, Alianza, 2008, p. 63.

[9] Cabe recordar que en la primera exposición del mito del eterno retorno de lo mismo en el parágrafo “De la visión y el enigma” de Así habló Zarathustra, Nietzsche escribe: “‘¡Alto! ¡Enano!, dije. ¡Yo! ¡O Tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos –: ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ése – no podrías soportarlo!”–

Entonces ocurrió algo que me dejó más ligero: ¡pues el enano saltó de mi hombro, el curioso! Y se puso en cuclillas sobre una piedra delante de mí. Cabalmente allí donde nos habíamos detenido había un portón.

“‘¡Mira ese portón! ¡Enano!, seguí diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen aquí, nadie los ha recorrido aún hasta su final.

Esa larga calle hacia atrás: dura una eternidad. Y esa larga calle hacia delante – es otra eternidad.

Se contraponen esos caminos; chocan derechamente de cabeza: –y aquí, en este portón, es donde converge. El nombre del portón está escrito arriba: ‘Instante’”. Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra, trad. Juan Carlos García Borrón, Madrid, Sarpe, 1983.

[10] Aquí resuena el desenlace de la Orestiada en la tercera parte de la Trilogía, las Euménides de Esquilo.

Sin embargo, en el tránsito del más allá de las sendas del Día está también nuevamente el juego del salir de la caverna, o quizá el mito alejandrino de (el tipo ese hijo de Hipeirion que queriendo saber si era realmente hijo del Dios, quiso manejar los carros del Sol)

[11] Píndaro, Olímpica IX, v. 104 y ss.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Silueta

A ti debo el descubrimiento
de Silueta,
aniquilación de antiguos
conceptos viejos.
¿Haz experimentado el goce
de tus tactos de carne?
Pues es que no es carne
Lo que hace la luz contigo.

“Te forcé a ser sustrato,
te forcé a ser sueño.”

Pero es tacto lo que
la luna hace de tus rostros,
el rostro de la noche
en un afán de amar
lo desesperado de un instante,
de tu boca que hace el mundo,
de tu silueta que descubre la mía,
de mi silueta que ama tu sombra,
de tu sombra que penetro en la noche
junto contigo.

La silueta que se palpa
en silencio y sin sentido.
Contigo conocí la noche
sin fin o filo de infinito,
la figura que no era línea
ni sueño de geometría,
la figura que encierra
la potencia de lo desconocido

lunes, 2 de agosto de 2010

Bosques y recuerdos

Mil árboles que resguardan
lo que antes fue tu sonrisa,
las letras que se pliegan unas a otras
y oscilan mi silencio.

Un árbol con tu nombre inscrito,
con sus ramas rayando el cielo
desde la tierra insuflada de tus cenizas,
de tu polvo,

de tu carne consumida al fuego de tu muerte,
después de tu muerte,
una tierra que se olvidó
que nosotros también habíamos muerto en su rastro.

Las letras tiemblan,
entre mis manos, comienzan a dibujar tu rostro,
Y yo no soy Yo para pedirles silencio,
para que tus labios no vuelvan a ser tormenta.

Formaciones

¿Dónde empezaste a forjar tus primeros versos?
A su oído, con tu cuerpo hundido en tinieblas
y la noche
de su aroma, de su rostro de miles de cordeles,
transitados, amados. Heridas para depositar
lagrimas en tinieblas, en el sueño de
una noche de caricias y promesas.
De la primera carne que se amaba,
de la primera carne que te enseñó su silencio,
su roce, su resguardo, su abrigo, su noche.
De la noche que te dio tu primer aliento,
hoy tatuado en los párpados inmortales
donde nunca más escucharas esas voces.

Acabar al enemigo mi nombre

Un chopo de agua,
un sauce de fuego,
y las palabras que se agolpan
para susurrar lamentos.

Noches de estrella
y hojas viejas del poniente,
el antiguo maestro
que se pudre del tiempo.

Un chopo de agua,
un sauce de fuego,
y el maestro que fracasa
la historia y los vientos.

[El sepulcro de un poeta]
Traición al país y los muertos,
¡A quién le debo mi alma!
¡Quién redime mis tropiezos!

¡Quién empuña mi pluma!
¡Quién lacera mis lamentos!
¡Quién canta mi derrota!
¡Quién escribe sin fundamento!

Palabra

Bendito y santo
de tu aliento de océano y abismo
donde la rosa ¡Aún la rosa!
festeja tus motines y violencias.

Donde la rosa canta
tus mil augurios de tierra sosegada.
[Donde la tierra es tu primer amor,
y tu primera derrota.]

Bendito y santo,
pleno de sentido y comarcas,
donde la rosa es la rosa
y la tierra tu primera ola.

[Mil pasos dados desde el futuro,
tirados y sin bridas,
de tus hijos los poetas
y todos sus amores a destiempo.]

Danza nocturna

No me importan las mil lunas
que transcurran antes de perderte,
te perderé.
[Aún cuando sé que tu olfato será tacto.]

Después de mil oscuridades,
tu rostro será el Sol oscuro,
y de su luz haré mi pared.

No me importan las mil lunas
que transcurran antes de perderte,
te perderé.
[Estrellas, banderas dice la luz y su silencio.]