Nadie castiga
que la luz navegue a lo lejos de ti.
Yo me anochezco,
encerrado. No estoy muerto.
Soy quien soy sin ser yo mismo,
Cabalgo desnudo estas letras,
Soy
tu relincho.
No te crees,
si también la noche puede ser pasada,
dormida,
Sí,
Una vez me abrumó,
Danzó de la nada un canto,
un canto de su estampa,
oscuros secretos de fascinación y floresta,
Nadó alrededor
de su boca o en las olas;
las hadas finalmente habían muerto.
Celebramos entonces el bosque,
donde las hadas, sus alas derramadas,
fueron la vid que reverdece
por donde acontecen las lágrimas:
Tal vez
no somos otra cosa que la insuficiencia del llanto,
el ahí de una ausencia de la palabra;
Descampados al claro de un bosque en el medio de la nada. No importa lo que pienses.
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