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sábado, 11 de junio de 2011

Historiografía mexicana 2


Se dijo que era vital mantener nuestra exigencia de autonomía para comprender la comprensión de la historia de nuestro pueblo dentro de nuestro propio pueblo. Se pidió suspender cualquier consideración ajena al desarrollo autóctono de la cultura del país.

Lo siguiente lo leí en la página de un informativo digital respecto a la construcción de un nuevo museo en el centro histórico de la Ciudad de México, centro que se planifica como una estructura de acero:

“El recinto, que tendrá una estructura muy ligera prefabricada, dijo Aceves, se realiza con un carácter absolutamente contemporáneo: “no se trata de hacer un falso histórico y hacerlo estilo neoazteca o neocolonial; la ética histórica nos obliga a tener una actitud de respeto por la inspiración de la historia y una voz de nuestro tiempo para que los que vengan luego sepan valorarlo”.

Trataremos de imaginar los plexos de lo posible que hacen real lo que alumbra de lo que aquí ha quedado expuesto:

Existen dos supuestas voces, la del redactor de la nota y la de Aceves. La de Aceves nos habla desde el despliegue imperativo de la categoría “ética histórica”, categoría que en consuno nos obliga a “una actitud de respeto por la inspiración de la historia y una voz de nuestro tiempo para los que luego sepan valorarlo.”

La pregunta necesaria es por los quiénes del habla del tiempo. Dudo mucho que, por ejemplo, en las épocas pasadas alguien hable o escuche la voz del tiempo, siquiera que alguien la haya escuchado o la escuchará, pero digo, siempre estoy dispuesto a equivocarme.

Al caso prestemos atención a resonancias externas, tempestades de otras latitudes. Tal vez resulte interpolar una interesantísima y pequeña cita de Paul Ricœur que dice:

“Terminemos de una vez con la inventiva” (Tiempo y Narración III, p. 986),

Antes de saber qué se refiere con esto en el contexto de Ricœur, el término de la inventiva tendría que ser escuchado desde el requisito técnico que Ricouer presupuso y presupone a la enunciación del pensamiento histórico. Para oír este requisito técnico, oigámoslo desde la enunciación del imperativo categorial del propio Ricœur:

“Antes, incluso, del acto por el que me comprometo, existe el pacto que me vincula con el otro; la regla de fidelidad en virtud de la cual hay que mantener las promesas, precede así, en el orden ético, a cualquier promesa singular.”

A su vez para poder escuchar esto, lo haremos resonar en la campana de nuestra historia, el símbolo que suena ahí donde “comienzan nuestros verdaderos problemas, los que no tienen solución y nos interpelan con su silencio, con la sangre misma de nuestras venas, con el abrigo de muerte de nuestras tierras, que si queremos comprender la historiografía mexicana, la propia categoría México es nuestro único problema fundamental. Desconocemos qué significa México hoy en día.”

Para aclarar el sentido (la física del ahí) cabe apuntar que la sentencia no dice “ignoramos”. El desconocer es la voluntad actante que renuncia, olvida y sepulta.
Con esto ha entrado en juego una negatividad que interpela. Esta negatividad intenta ser asumida en una nueva experiencia.[1]

Al parecer de Ricœur lo que llama y consume desde el noúmeno de la ley –lo trascendente y la trascendentalidad – es dicha “regla de fidelidad en virtud de la cual hay que mantener las promesas”. Para la totalidad de Ricoer esto compone una dialéctica que  ya siempre ha resuelto, en el orden ético, cualquier proyecto o iniciativa particular –digamos acaso indigente (el trabajo precedente de Ricœur sobre la simbología del mal –vocación escatológica).

Ironizando se plantearía que una nación, por ejemplo, es primero una narrativa que permite pensar el tiempo, el presentarse asimétrico de las categorías semánticas de la experiencia y de la expectativa, espacios y horizontes de una radiación sincrónica y aspergente.

Pero entonces parecería coincidir con nuestra tesis de que México es simplemente una categoría historiográfica que sólo después se despliega como nación moderna en tanto país-pueblo.

Es fácil confundirnos, creer que se trata de lo mismo y pensar que ahí está todo, que ya se ha dicho todo o que siquiera existen condiciones para la filosofía en el país.

Es fácil poder decir que inmediatamente después que tal nación se configura y se desarrolla al amparo de la narrativa, justo ahí en la intervención al claro de la permisión a re-construir la aparición misma del país, se encuentra el pacto como lugar donde se podría ver al pueblo reacceder al plano de la conciencia y la autoconciencia.

Pero es que a su vez estas territorialidades eventuales  –leyendo hegelianamente la historia y su realización como libertad en sí en el concepto de Estado –, podrían ayudarnos a ignorar tácitamente el valor de recorrer una vez más el camino del pensamiento desplazado del camino del lenguaje científico político y económico contemporáneo, evadiéndonos de confrontar una vez más a Hegel con el desarrollo técnico del lenguaje y la expresividad historiográfica del siglo XIX-XX ante la declaración última de Paul Ricœur justo antes de concluir su inmenso recorrido en la panorámica de una hermenéutica de la conciencia histórica: Renunciar a Hegel.

Pero es que ahora nos es más fácil renunciar a Ricœur.

En nuestro primer ensayo la tesis de México como categoría historiográfica baraja la antítesis de que en el ser de un país, él mismo, no sea el sí del mismo necesariamente la respuesta o el diálogo de la existencia autoconciente del pueblo[2]

Esto parte de una simple intuición respecto al pensar: No toda dialéctica consigue conciliación. Se abre entonces el panorama a la siguiente instantánea: que eso que se llama pueblo mexicano siquiera sea un pueblo.

Con esto como fardo de una pregunta ininterrogada, ¿cómo cabe afrontar los imperativos arriba enunciados?

De principio hemos de confrontarnos y poner en juego nuestra comprensión de Ricœur, que acaso sospechamos las consecuencias que se entrañan al interior de la aporética de las fenomenologías de la temporalidad parten de una consideración a-histórica que pone en jaque el edificio total que Ricœur ha recorrido en su trilogía de Tiempo y Narración.

Revisemos la hipótesis que pone en juego la empresa Ricœurdiana: “la temporalidad no se deja decir en el discurso directo de una fenomenología, sino que requiere la mediación de un discurso indirecto de la narración”.

Para Ricœur este papel de la narración para con el ámbito del pensamiento histórico sería asumido por la historiografía en tanto que ésta, antes, ya ha tenido que soportar - en la posición particular de Ricœur respecto al cruce realidad-ficción -, la confrontación con las teorías narratológicas

Hemos de acotar lo anterior asumiendo la extrapolación de cuestiones al problema Ricœurdiano respecto al saber sobre si “la amplificación equivale a una simple multiplicación de las mediaciones entre el tiempo y la narración, o si la correspondencia inicial ha cambiado de naturaleza en el curso de nuestros estudios.”  

Procede entonces remontar aquello que Ricœur entiende por fenomenología de la temporalidad, en tanto que asume a estas fenomenologías como “los intentos más ejemplares para expresar la vivencia de tiempo en su inmediatez misma”, pues que la amplificación resultaría ser el plus que la fenomenología reporta para el despliegue real del lenguaje: Mundo.

Esto responde al mandato de aquello llamado por Ricœur “pensamiento de la historia”, que, sostenemos, esto ya posee un carácter mítico-nodal de la antípoda –por llamarlo de algún modo— respecto a los pares dialécticos entrecruzados de su analítica comparada de la fenomenología y la síntesis trascendental practicada entre la narrativa contemporánea y la narratología, que si la hipótesis de trabajo de Tiempo y Narración  “quiere considerar la narración como el guardián del tiempo en la medida en que no existiría tiempo pensado si no fuera tiempo narrado” la idéntica medida mentada es justo la alegoría inmediata que ya siempre ha orquestado, conscribiendo, adscribiendo y describiendo todos los eventos y sentidos del lenguaje.

Esta medida se mostraría entonces precursora a todos los instantes del pensamiento que efectivamente y sin lugar a dudas se han jugado del trayecto pensado del ser en el pensamiento de Ricœur.

Volvamos a leer…


[1] Eventualmente esto es México en tanto totalidad que parte del instante de la doble eternidad de nuestra refracción.
[2]  Tolerancia transhistórica. México como el territorio de la indecisión en tanto que el nosotros que atañe a la historiografía mexicana es el mundo de los indecisos, con sí y con no para la realidad.

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