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viernes, 15 de julio de 2011

La Relatividad II


(la unidad de los medios)

El viejo Lord Kelvin decía: “para entender algo hay que poder construir un modelo matemático de ello”. Nosotros,  con algunas modificaciones, tomaremos el ejemplo clásico de Aristóteles en la Física para indagar e interpretar la dialéctica del tiempo y del movimiento: una barra giratoria sobre una superficie. Con esto invocado, pensemos ahora el modelo que Einstein plantea del concepto de simultaneidad mecánica  concepto que, sobreentendido, sospechamos se haya implicado en el vector velocidad: V= t/d.

El primer problema es el carácter prepensado de “d”, la distancia, que sobreentiende necesariamente el punto de origen y el punto de inicio, más no comprende su propio camino en tanto principio. A tal fin es que Einstein trae a cuenta el término de éter para debatir no sólo el concepto, sino la propiedad conceptual de la noción, en tanto que hemos de comprender que la diferencia marca una pauta de jerarquías, en la monada agragaría Leibniz.

Y es que en su exposición, el  modelo einsteniano parte de tomar un sistema de coordenadas en el cual, pide, sean tomadas como válidas (es decir, a priori) las ecuaciones newtonianas para la mecánica. Estas coordenadas serán llamadas “sistema estacionario”.

Procede después a plantear un punto material en reposo, reposo donde a su vez, con respecto al sistema de coordenadas, se pueda determinar la posición del punto material en relación a un sistema métrico preciso y pre-dispuesto a su graficidad en la propia eficiencia de los instrumentos euclidianos; es decir,  la poseción enunciativa de posición que pueda expresarse y ser expresadas en el campo de base de las categorías cartesianas: la Representación.

Si el punto material entrase en movimiento, dice Einstien, se podría determinar el valor del mismo en el sistema de coordenadas en función del tiempo.

Pero en tal ejercicio advierte Einstein, la determinabilidad “no tiene significado físico alguno, a menos que tengamos las ideas muy claras acerca de qué es lo que entendemos por ´tiempo´”.[1]

Yo diría que lo que estemos entendiendo en el tiempo, el qué, por el tiempo mismo, ya parte y comparte lo todo con el uno: la pérdida del cielo.

Pero al caso, para Enstein, el hecho de que todos los fenómenos donde interviene el tiempo sean fenómenos simultáneos, no apunta sino a la epistemología de la temporalidad. Esto querría primero decir que, en general y con respecto a la cuestión de la medición del tiempo, el tiempo como primera condición, radica en reconocer dos procesos simultáneos, cada uno con estados identificables y distintos.

Una segunda condición requeriría reconocer dos eventos distintos más no simultáneos; uno por cada proceso. Una tercera sería contar con una regla de transformación.

Esta regla de transformación es el medio mediante que la regla traza en relatos de lo regular, un proceso de reversibilidad cuantica donde pueda, el número de instantes contados entre los dos sucesos a lo largo de un proceso, cambiarse y contarse en el número de instantes contados en el otro proceso.[2]

Ahora bien, resulta que como sabemos desde el principio (fact), tal proceso es lo que siempre, en la cotidianeidad, se hace cuando vemos un reloj.
Si vemos un reloj, para “verlo” antes se debe uno preguntar “¿qué hora es?”, pero este preguntar siempre implica un para qué de tal acción, lo que en términos fenomenológicos constituye la intencionalidad.

Imaginemos al caso que tengo que ir a la Facultad a sacar unos libros de la biblioteca; aquí tengo el primer proceso. La biblioteca cierra a las siete, aquí está el segundo proceso. Veo el reloj: seis de la tarde, el primer evento distinto y no simultaneo (data). Falta una hora para el cierre de la biblioteca, el segundo evento. Una consecuencia que parece inevitable.

Todo parece muy bien, pero continuando con el ejemplo descubro que nada de eso es el tiempo, pues aún cuando escucho la demanda de saber que Einstein reclama como ámbito pre-comprendido de la procedimentabilidad de la ciencia respecto al ser del tiempo resulta que la pregunta misma no sé qué ni porqué se interroga: ¿Qué es el tiempo?

La misma cotidianeidad me obliga a concebir el tiempo como algo, de acuerdo. Ese algo que es el tiempo, sigo buscándolo, pero en que ya sólo encuentro relaciones, me pongo escéptico y me pregunto: “¿cómo se pueden establecer las pautas para la posible interrelación de dos procesos?”.

Y es que aún cuando no se comprenda, esto ya nos haya comprendidos, dictaminados. Y es que esto ya siempre lo supimos, el hecho de que el reloj no sea el tiempo aún cuando el reloj ya se encuentra midiéndome antes de que yo mida mi propio tiempo.

Este poder del reloj, su voluntad dominio, si es y hace es porque existe en un patrón universal instituido, ámbito que subyace y ordena a la maquinaria de toda su ingeniería: la convención de los husos horarios.

En función de tal ente, los husos horarios, el demiurgo de mi reloj estableció una codificación que se señala en su carátula. Yo podría revelar y cuestionar los husos horarios, es vanidad; finalmente se me remitirá al movimiento de la Tierra con respecto al Sol, principio eventual del día y la noche, la translación bifurcada donde los dos procesos originales son para con la totalidad de lo cotidiano, el día y la noche en su  autodeterminación heurística: lo temporal prefigura todas las albas y los ocasos del orco.

¿Acaso interferencia poética es el tiempo? Si me quedase sin reloj, si los sistemas relacionales llegaran a fallar, si el Sol se detiene o la Internet se descompone, es decir, si se parase absolutamente el movimiento ¿por ello dejaría de haber tiempo?

No, que de hecho el tiempo no es el movimiento. Pero tal cuestión descubre de pronto que en apariencia el fenómeno del tiempo, para su databilidad, sólo aparece en función de lo que permanece estático. ¿De donde proviene pues la creencia sobre ese algo estático?

Para el siglo XIX, tal ente se concebía que necesariamente abría de ser el éter. Los ejemplos, los modelos y las interrogantes para cuantificar estos mojones fueron realmente épicos, inmensos y geniales; pero es que aquí sucede justo el quiebre: ahora todo esto ha perdido interés.

El problema a partir de Einstein es el de la conciliación de la datación del tiempo para un sistema en movimiento, no para con el movimiento mismo, la sistematicidad; es decir, aparentemente, su problema se sintetiza en la ecualización de las ecuaciones generales de la propia movilidad y no en las ecuaciones mismas.

Y es que dicho sistema en movimiento, en su propia sistematicidad mecánica, cuestionaba las bases positivas de referencia métrica; pues que aún cuando la mecánica está efectivamente en las ecuaciones generales de la movilidad, la simultaneidad de la ecualización exigía develar y mantener dispuesta la pre-comprensibilidad temporal como autodeterminabilidad de lo verdadero en tanto carácter de auto-fundamentación de la verdad.



[1] Ibidem, p. 63
[2] J.T. Frasier, Génesis y evolución del tiempo, Pamplona, Pamiela, 1993, p.28

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