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martes, 12 de julio de 2011

Mundo

Existencia dice, en la palabra del ser, el olvido de la esencia que precursa los ocasos y precursa los signos del ocaso, y es que todo decir, él en su dicho, ha oído del ocaso el sí. “Es” de antemano el ser. Este “es” pasa al “en”, entonces de aquí emergen los materiales (physis-natura).

El material es el “en” de la técnica, el lugar donde se ejerce una práctica.

A tal respecto lo material es elemento esencial del producir (la poiesis), cierto, pero la realidad [tentativamente] es el curso de acciones que asignan significado a otras posiciones; produciendo y reproduciendo sentido, dis-curso en la reefectuación del mundo: signos [Posición: actualización actualizada de la acción: informe]. Pero por esto mismo tal trabajo permanece anclado a la metafísica errante.

Como te encuentro a mitad del cielo,
Dispuesto al precipicio de tu voz,
Ay, ¿pero alguien mira de frente tu rostro?

¿A quién esperas ver perdido allá en el cielo?

A esto podríamos preguntar algo así como “¿qué dice Jesús cuando dice mundo?”.
Pero tal pregunta, antes de ser respondida, tiene que pasar por el paso del transito ya sólo para ser interrogada:

“Pero la historia tiene sin embargo que continuar; tiene por cierto que acaecer algo con el hombre. A la humanidad le tiene que ser dado algo donde se pueda sostener, en donde se pueda entender. Se discurre nuevamente como un “organizador” del mundo y se olvida dos cosas. Se desconoce que la “historia” sin ello de un modo u otro “avanza”, porque el saber acerca del ser [Seyn] y la instancia en él es esencialmente una riqueza del hombre, porque tiene preparado algo indecidido acerca de en dónde el hombre debe encontrar y fundar lo esencial, de dónde le vienen lo noble y ofrendario, cómo han de llegarle un comienzo y de ello con singularidad.”

Tomemos esto con respecto al oír de Zarathustra; se trata del parágrafo 118 de Sobre el comienzo, de Martin Heidegger.

El pasar del paso es el cruce, la cruz. Asumámoslo en tanto en pos de la pregunta, caemos así en la cuenta de la inconmensurabilidad de la interrogabilidad. Seamos entonces el mundo que retumba al paso del viento.


“Sin embargo, debido a la ilícita y torpe unión entre hombre y mujeres que recibe el nombre de prostitución, las parteras evitan incluso ocuparse de los casamientos, porque, al ser personas respetables, temen que vayan a caer por esta ocupación en semejante acusación. Pero las parteras son las únicas personas a las que realmente corresponde la recta disposición de los casamientos.” Pláton, Teeteto 150a.

Oigamos esto desde el narrador de Los hermanos Karamazov:

“Cruzando impacientemente las piernas, exclamo Miusov:
–Eso es ultramontismo puro.
–¡En nuestro país no hay montañas!– exclamó el padre José, el cual, dirigiéndose al starets, prosiguió,--: El señor refuta los principios “fundamentales y esenciales” de su adversario, un eclesiástico, fíjese bien; principios que son los siguientes: Primero: “Ninguna asociación pública puede ni debe atribuirse el poder ni disponer de los derechos civiles y políticos de sus miebros”. Segundo: “El poder, en materia civil y criminal, no debe pertenecer a la Iglesia, pues es incompatible con su naturaleza, como institución divina que es, y como asociación de finalidades religiosas”. Tercero y último : “El reino de la Iglesia no es de este mundo.”
–Eso es un juego de palabras, indigno en absoluto de un eclesiástico –interrumpio de nuevo el padre Paisius con impaciencia –.He leído la obra que usted refuta– y me han sorprendido mucho las palabras de ese sacerdote: “El reino de la Iglesia no es de este mundo”. Si no es de este mundo, ¿cómo puede existir en la tierra? Es muy diferente el sentido de esas palabras en el Evangelio. No debe jugarse con los textos.” p. 39

Para encontrarnos en aquello que suena entre tanto con todo esto; escuchemos al propio Juan Karamazov al hablar sobre "la idea madre" de su artículo:

“…El autor del libro sobre Las Bases de la Justicia Eclesiástica hubiera tal vez razonado mejor si al rebuscar y proponer esas bases las hubiese considerado como compromiso provisional, necesario todavía en nuestra época pecadora e imperfecta, pero nada más; porque cuando el autor se atreve a declarar que las bases que ahora propone, de las cuales el padre José acaba de enumerar una parte, son inquebrantables, primordiales y eternas, está en contradicción directa con la Iglesia y con su predestinación inmutable y santa. Tal es la exposición completa de mi artículo.” P. 40

[...]

¬““Sólo yo, asesino y ladrón, soy la verdadera Iglesia cristiana!” Y para que un hombre hable así, ha de poseer condiciones tan extraordinarias y en circunstancias tales, que rara vez existen.” p. 41.


Lo curioso es que estas condiciones extraordinarias en circunstancias tales, ya son lo que acontece en la palabra de “La muerte de Empédocles” de Hölderlin:

Empédocles

Y nada más doloroso, Pausanias,
que descifrar el misterio de una pena, ¿no lo ves?
¡Ah! Preferiría que nada supieras
de mí y de toda mi aflicción. ¡No!
¡No habría que expresarlo, naturalmente santa
y virginal, que escapa a la grosera inteligencia!
Te he despreciado y me he considerado
yo solo el dueño, ¡bárbaro altanero!
Me guié por vuestra simplicidad,
potencias puras, siempre juveniles,
que con gozo me criasteis, me nutristeis de deleites,
y por venir a mí siempre idénticas,
oh bondadosas, no honré vuestra alma.
La conocí, la aprendí de memoria,
la vida de la naturaleza. ¡Cómo podían aún
ser para mí tan sagrada como antes! Los dioses
se habían puesto a mi servicio, yo era el único
dios, y así proclamé con orgullo atrevido.
¡Oh, créeme, hubiese sido mejor para mí no haber nacido.”

La Muerte de Empédocles, Segunda escena.

Ahora, si el poeta, el poeta de los poetas, puede hablar de la muerte del héroe, es porque de antemano el Dios ya se ha ido. La muerte habla desde la despedida:

Heracles. –¡Oh numerosos y ardientes sufrimientos –incluso al narrarlos– que yo he soportado con mis manos y con mis hombros! Y sin embargo, nunca ni la esposa de Zeus ni el odioso Euristeo me impuso algo semejante a esto; red tejida por las Erinias, que la traidora hija de Eneo echó sobre mis hombros, por la que parezco. Pues, adherida a mis costados está devorando la carne desde lo más profundo y secando, por estar unido a ellas, las arterias del pulmón. Y, por otra parte, he bebido ya mi vigorosa sangre. Tengo el cuerpo entero destrozado, prendido en este lazo indescriptible. Y esto ni la lanza en la llanura, ni el ejército de los Gigantes nacido de la Tierra, ni la violencia de las Fieras, ni la Hélade, ni la tierra extranjera, ni región alguna a la que yo llegué para liberar, me lo hicieron nunca. Mientras que esta mujer, siendo hembra y sin tener, por tanto, la naturaleza de un hombre, sola, me ha aniquilado sin la espada.”

Sófocles, Las Traquinias.

¿Qué dice hembra?
El ser de la hembra.
¿Quién dice hembra?
Que el descifrar el sufrir de una pena no es la reducción a lo numérico y ardiente del sufrimiento, es la llama que ignora y consume la eternidad en el instante.
Que si la mujer es mujer en tanto siendo hembra, es sin embargo esto en la voz del Semi-dios ante su muerte, no el silencio, no en el silencio. Mujer no es cualquier cosa que hace con su decir, eso que se dice mujer y se llama hembra en el fuego de una ignorancia trasformadora que de antemano se haya consumido, consumado.

La posesión, la postura.

Aquí la metafísica no calla, no dice, no silencia, ni yace en su permanecer. Ella castra, aun en el sin-sentido. Escuchemos de nuevo a Sócrates decir:

“–Con todo, es justo repetir aquí lo que dije allí: que si un guardián intenta ser feliz de un modo tal que deja de ser guardián, no se contentará con este modo de vida mesurado y seguro que según lo que decimos, es el mejor, sino que lo sorprenderá una opinión insensata e infantil acerca de la felicidad y lo empujará a apropiarse, por poder hacerlo, de todo lo que hay en el Estado; llegará a darse cuanta de que Hesíodo era realmente sabio cuando decía que, en cierto modo, la mitad era más que el todo.
–Si acepta mi consejo –dijo Glaucón–, quedará en aquel primer modo de vida.
–¿Estás de acuerdo conmigo, entonces, en la comunidad de las mujeres con los hombres que he descrito, respecto de la educación de los niños y del cuidado de los demás ciudadanos? ¿Y estás de acuerdo en que las mujeres, ya sea que permanezcan en el país o que marchen a la guerra, deben compartir con los hombres la vigilancia y la caza, como los perros, viviendo en lo posible todo en comunión y en todo sentido, pues obrando así harán lo mejor que cabe obrar y no en contra de la naturaleza de la hembra en relación con la del macho, por la cual corresponde naturalmente a uno comulgar con la otra?” Platón, República V, 466b

Digo, ¿qué pasaría si tratáramos de oír el parágrafo 666 de la República?, ¿ante qué vacíos y sacrificios nos tendríamos que enfrentar?; que, más allá del gruñido, de la superficialidad de la analogía que pierde el camino al enfadarse o indignarse ante la comparación de las mujer ante los perros, hemos de comprender que este decir de Sócrates no-dice, siquiera interroga; su pregunta no pregunta, presupone el problema, es retórica, instancia ante la cual el “filósofo” espera la duda, la pregunta y la prosecución de un diálogo de antemano cursado. No cursa el camino de lo que hace guerra sino cruzándolo, renuncia a la cosa en sí y se queda con su pre-pensamiento enunciado, y es que el escuchar de nuevo es la condición de la escritura. La permanencia que encierra el transcurrir del viento en la pintura de un ocaso que jamás anochece, pero Yo, detrás de todas tus pinturas, aún tengo la oscuridad.
El dársenos del algo para sostenernos ya siempre nos ha sido dado. Estamos.

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