Y es que, entonces,
vinieron los programas a programar
el tiempo
más no el orden de la programación del programa,
la reiteración de los unos y los mismos
unos en incesante sucesión evocada,
devorada entre tú y yo.
La palabra está a mis pies,
me muestra un segundo,
me muestra mis pies,
me muestra el rastro de los unos y los unos,
incluso ahí,
entre sus huesos y mis húmeros,
los ningunos,
los mios
ahora a sus pies:
Un dulce carnaval de dos cuerpos devoradores.
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