Se ahoga entre la sangre de la luna,
después de haberla visto en trance,
desnuda,
muriente en su lejana noche invocada:
perdida a lo lejos en su susurro de titanes,
devota en un atento y espinado vendaval de palabras,
yace en el frenesí de la laguna
que ya no posee el antiguo rubor del fuego,
que no llama igual a las aves y a sus plumas
aún cuando vuele entre los cienos conquistados
de los antiguos pasos del dios que rugió
para sepultar
finalmente
a todos sus hermanos.
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