Quemaste el tiempo
en la promesa de tu destino.
La clausura a la palpitación del mismo tiempo,
que observaba nuestros juegos de niño por la tarde.
Estabas parada cuando fue,
y al amanecer tus cabellos ya eran más divinos que tu piel.
Ya no eran estrellas.
Era otro día, otro tiempo, otra historia.
Habías quemado el tiempo y yo no era en él.
Habías quemado el tiempo y no era soledad la palabra.
Habías quemado el tiempo y era sólo tu deseo
lo que se atrevió aniquilar al tiempo.
La palabra era otro.
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