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sábado, 1 de mayo de 2010

Era

Era de confusión sibilante,
de las rocas que piden auxilio al cielo que las calcina y no concluye en matarlas,
era de miles de máscaras y misiles que miran en los escaparates de las historias futuras y de los sueños de los niños que aún no han sido soñados.
El aborto de tu mirada íngnica que morfa el instante.
Tus ojos y mi cuerpo en el tuyo.
Quería dormirte, quería escribirte, quería soñarte.

No. Era de la muerte de la palabra que se queda encerrada en tus agujas y en los sones, era de las canciones que nadie escucha porque ya nadie respira el vapor de la exhalación de un cadáver hecho carne.
Era de la carne que se expende y la expelen, que se ofrece como si fuera tela y te vistieras con ella.
Era de la ventada y el cristal aullado, de la vanidad que petula y no conoce más que de su deseo y la claudicación de toda gloria.
Toda pena o toda era.

Era donde ya no vuelas o de roca son tus pies,
donde todo ha sido y la palabra reposa en una tierra erogada por el asfalto,
el cemento y tus lágrimas en la noche donde el sol fallece.
Nos habíamos hartado del cielo, sus semánticas y su despotismo,
pero no del aroma a carne divina putrefacta.
Era pasado del sueño de una estaca en el ojo sibilante de sangre de tu hijo más amado,
Era del grito desolado que reclama la ausencia de un signo nuevo. Lo aullado.

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