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viernes, 7 de mayo de 2010

A lo que servimos

O ascenso al Citerón

¿Dónde estás?
¿Has conocido ya la aurora de tu nombre?
¿Subiste al templo que rasga el cielo?
¿Tomaste el arco y lo apuntaste a lo que palpa de tu destino?
¿Estabas conforme en tu belleza en ese acto?
Perdón por verte y no saber ser el silente que sueño.
Siento merecer la muerte por conocer tus secretos,
por serte cuerpo.
Miras por la ventana de tus ojos y en el fondo del abismo está tu sol;
mi palabra es sólo expectativa de tu propio sentido.
Ya se nutre del sol que palpita de tu piel.
Como si tu sangre fuera figura
y de su figura los cielos esculpieran estrellas,
y las estrellas estallaran en tus risas
y polvos irrigaran las galaxias enteras...
Sale de pensarte,
es autónomo...
Es tu sorpresa el guiño del abismo
y es el abismo lo que respira de la noche cuando duermes
y no esperas el mañana,
pues el mañana es tu sueño y viene solo.
¿No lo sientes? Está en tu regazo.
¿No lo oyes? Pasa silente por el cerco de tus dientes.
¿Que los sentidos están sometidos a tu razón?
La razón era ya el sueño de tus dioses más secretos,
aquellos que sólo te dices sin saber que estás en ello.
En algún poema había llegado a comprender
cómo los sentidos tributan de tus rizos
y cómo tu sonrisa era más real que cualquier teorema.
Tu sonrisa y el abismo que conlleva
nutrían todos los sentidos de aquello que sólo
de ser niños éramos en lo eónico de tu brisa,
tu respiro y tu risa.
Pero el miedo de conocer tu tristeza me hizo desistir de mi senda.
El pavor de conocer el absoluto de tu lágrima me hizo preferir la muerte de mis dedos o mi lengua.
¡Ante tí sólo silencio era palabra!
Podría haberte escrito críticas a la experiencia en la mera resonancia de tu nombre.
Ahora era tu nombre el signo de un templo en la montaña.
Y ahora la sanda era peregrina,
y los tiempos eran el deseo de tu presencia.
De tu recuerdo el deseo, y de tu deseo mi voluntad.
Así ansiaba redimir mi carne en el ocaso de tus penas,
pero eran tus risas las que me guiaban en la senda.
Y en tu ser te burlaste de mi torpeza;
recordabas cruelmente todos mis antiguos dichos, todas mis antiguas promesas.
Y mis palabras se tornaron los Cilios que laceraban mi espíritu.
!Mi infierno eran todas estás malditas letras!
!Mi condena era hablarte por lo eones, y escuchar de tus abismos, tus ausencias y tus aullidos de virgen lacerada!
¡Ahora mi carne era de tierra!
¡Ahora mi espíritu era de tierra!
¡Ahora mi voz era de tierra!
¡Yo era la tierra!

Y entonces sentí tus pasos en mi cuerpo.
Sentí tu brisa en los árboles que nacieron del lamento.
Y mi lamento ahora reverbera en tus sueños
y en los sueños de aquellos que emergieron de tus entrañas.
Eran las promesas de los dioses futuros.
Espéralos, que a ellos ya servimos en nuestras fiestas.

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