Rebotas de mi frente
y oscuras la noche amarga
de la tizana que se consume al hervor.
Silencio y no hay grillos.
Silencio y la luna desdibuja tus pasos.
Silencio y lo palpable renuncia
a todas tus voces,
al aliento de la noche que
ignora tus sueños o tus oraciones:
los rayos de un sol ausente.
Tus desplantes y del rostro,
todos los amantes amados
de incógnito en la tierra
de tus piernas o en las abejas
de tus adioses o llegadas
abiertas en el tiempo
de la tarde de mi verano.
Cuando el silencio rebotó
de mi frente y los panales
fueron congregaciones del adobe,
entonces los hombres fueron
puestos a oración.
De todas tus advocaciones, muertes,
puertas, tus conventos y demonios:
tus mientes y la luna que
flanquea todos tus pasos o ratones.
Cielos, estrellas y la arena,
del tiempo que confluye a tu carne,
al aliento o a la tierra que se traga
tu garganta en silencio.
Los fuegos fatuos o loterías del fracaso,
la mirada de un sonido
que se consume y se consume o
del cuchillo que indaga tu piel
o tus labios de mieles en Egipto.
Oxidado, sin nunca aniquilar las velas,
o los silencios de la hoja que laceró
a la noche oscura que ofrendó tus muslos
a las estrellas de tu cuerpo plagado,
o a sus piernas y la tumba caliente:
el sarcófago de tu amor y tu aura palpitante.
Ahí los grillos silbaron
todos tus arrebatos o las
estaciones del tren,
entre tu carne, tu piel y tus venas,
en los intersticios de la sangre
y la marcha del convento.
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